Son tiempos en los que el más tonto hace relojes. Tiempos en los que se alargan los dedos y se encoge el cerebro.

Desde el mismo momento de nuestro nacimiento, iniciamos un proceso de aprendizaje. La primera fase de nuestra vida es (aunque no lo recordemos) apasionante, precisamente por esta razón. Se trata de un aprendizaje “práctico”. Este aprendizaje, es para “uso inmediato” en relación con lo cotidiano de la vida, y es un aprendizaje eminentemente útil, en una primera fase de existencia/subsistencia, y posteriormente para utilidades futuras y conformación de la personalidad.

Ya anterior a nuestro nacimiento, portamos un “pack” genético listo para su uso a partir del mismo momento de nuestra venida al mundo, solo necesitamos que se vayan desarrollando acontecimientos para ir tomando nota, y algunos de ellos, ponerlos en práctica. Estos soportes genéticos, básicamente se componen de emociones, y muy especialmente e inicialmente son, reír o llorar en respuesta al hambre, frío, dolor, caricias, etc.

Con el paso del tiempo, vamos acumulando/archivando experiencias y conocimientos, bien para hacer uso de ellos en un momento determinado, o para disponer de información, que independientemente de su utilidad refuerce algún aspecto de nuestra personalidad.

Esta información archivada en el cerebro, lo será en función de variados aspectos o circunstancias, como por ejemplo y fundamentalmente el estado emocional. Por esta razón, los padres y madres sobretodo, deberíamos ser buenos expertos en el campo de la psicología del aprendizaje, para así, poder aplicarla a la función social más trascendente e importante a la que se enfrenta el ser humano: la educación de sus hijos.

Como no es mi intención, ni un artículo de estas dimensiones, el soporte adecuado para hacer un prolijo relato de todo el proceso de aprendizaje, vamos a ir al “meollo” de la cuestión que he pensado compartir en este escrito.

Nos ubicamos en nuestra época de “adultos” (con minúscula, es decir, “mayores de edad”) y en nuestro tiempo, es decir “ahora”. Tiempo en el que nuestro cerebro, recibe por los infinitos y diferentes canales/medios de comunicación, millones de datos diarios, (el equivalente a cuatro millones de bits por segundo, en lenguaje informático) cerebro que, recordemos, es anatómicamente el mismo, sin evolución, desde hace miles de años, y son esas estructuras cerebrales, las que actualmente reciben y deben procesar más de cincuenta veces de información que hace apenas dos siglos. Resultado; embotamiento, dificultad para discernir, elecciones “facilonas” (no olvidemos que el cerebro está programado para ahorrar energía), para ir “tirando”

Afirman los científicos del ramo, que solo el tres por ciento de la humanidad “piensa de verdad”, el resto imita, sigue o copia. Cuando planteo este dato, bien en grupos de formación, o en amigables tertulias, muchas persona, por suerte no todas, se rebelan, y siempre tengo que explicar lo que los científicos quieren decir con “pensar de verdad”, y muy resumido lo transcribo. Pensar, significa básicamente “libertad de pensamiento y discernimiento”, porque la mayoría de personas, aún no se han dado cuenta que las fuerzas que controlan las masas, es decir, a más del noventa por ciento de la sociedad, nos hacen pensar, dentro de un margen relativamente flexible, lo que ellos quieren, consiguen que hablemos de lo que ellos quieren, que compremos lo que ellos quieren y configuremos nuestra personalidad y la de nuestros descendientes como ellos quieren.

Primero nos hipnotizan para que pensemos y hagamos lo que ellos quieren, y después nos vuelven a hipnotizar para que neguemos que estemos hipnotizados.

¿Cómo podemos darnos cuenta que estamos hipnotizados?

Seguro que pensarás que acabo de decir una solemne tontería ¿Hipnotizad@ yo? ¡Anda ya!

Antes de ser castigado y fustigado con el desprecio que se da a los considerados raros e ignorantes, me voy a mi Azotea, no sea, que aún me hipnoticen más.