«La vida no es ni tan larga ni tan individualmente nuestra como desde la juventud nos creemos». Dr. V. Varea

Pocas cosas hay tan estériles como el mal trato. Hoy solo reconocemos como maltrato aquellas noticias que nos asaltan desde los medios de comunicación y que suponen una exacerbación de la maldad y la impotencia entre las parejas. Es una forma tan horrible como definitiva y salvo enajenaciones paranoides, una radical forma de poner fin a  una agonía emocional consolidada.

Hoy me ha impresionado el hecho de que un íntimo amigo al que mucho aprecio, me comentaba que desde que se ha casado su hijo, mi amigo sólo puede ver a sus nietos cuando a “escondidas” su hijo se los lleva a casa algún rato, de uvas a peras.

Por eso,  hoy no pienso en el maltrato al uso, pienso en el uso prolongado y sibilino del mal trato, escrito así separadamente, porque de separar es de los que se trata. En las relaciones humanas una dolorosa forma de expresarlo es la del ninguneo entre los miembros de una familia. Los sentimientos y quereres son profundos y por eso mismo la percepción de distanciamiento y ninguneo se tolera con especial amargura. El amor y el cariño en el seno de lo único cierto que siempre responde, que es la familia, se trabaja y cuida si se quiere trabajar y cuidar. La voluntad de que así sea, se jalona de múltiples aunque pequeños gestos, como una sonrisa, como lo es realizar pequeños sacrificios pensando en el gozo que ello produce en los demás, en aquellos seres, que hasta empezar esa sorda y nunca declarada hostilidad, el trato no entendía de posturas distantes, donde la conversación se sabía relajada y próxima por el afecto, más allá del tema que se debatiese. Aquel grupo humano, en el que no cabía el secuestro emocional de ninguno de sus miembros que provocase un alejamiento de cualquiera de ellos, porque todos éramos y teníamos voluntad de ser una sola familia consolidada y engrandecida por las continuas incorporaciones de elementos nuevos, que querían formar parte de ese espíritu único y diverso que compartía el común denominador de la voluntad de querer quererse, desde la generosidad y el afecto.

Una familia formada por familias no es un templo que se forme por generación espontánea. Es algo en lo que hay que pensar y alimentar cada día. Sustituir, secuestrar, ningunear los afectos posesivamente, es lo más alejado del amor que una persona puede tener y menos aún reclamar, cuando en el día a día no se lucha por erradicar cualquier forma de ese mal trato. Porque ese mal trato, duele y hiere el alma y el sentimiento de los que siempre han amado algo que ahora, desgarradoramente notan que se aleja.

La vida vivida desde el distanciamiento de los afectos, sin ningún tipo de querencia por todos y no sólo por una parte de una familia de familias, o por sólo un miembro aislado de alguna de ellas,  no produce felicidad , y menos que a nadie, al que consciente o inconscientemente practica o favorece o incluso consiente que ese  mal trato se vaya instaurando, provocando amargura en todos y felicidad en ninguno.

Desde la perspectiva que me dan los años vividos, tengo total consciencia de que la vida no es ni tan larga ni tan individualmente nuestra como desde la juventud nos creemos. Nos da la vida el ver felices a los nuestros, a todos los nuestros, nos da la vida el llorar juntos pero firmemente unidos en las desgracias que de uno de nosotros son comunes en los demás, nos quema el corazón y lo más profundo de nuestra alma, cuando tenemos un desencuentro entre nosotros o uno de nosotros sufre un desamor. La alegría de nuestros hijos, el calor que percibes cuando eres uno más de alguien al que hace poco ni conocías,  las pequeñas risas que disfrutan con alguna de tus torpezas. Eso sin duda es más vida que la posesión, que la manipulación, que el personalismo estéril al que todos hemos sucumbido en más de una ocasión, pero que en el fondo, no nos ha producido si no una visión desagradable de nosotros mismos, que en ocasiones nos ha llevado a un empecinamiento inútil de nuestras equivocadas posturas.

Por todo eso, y desde la  posibilidad de reflexión sin acritud que me da el cubrir de nieves mi cabeza, quiero dejar constancia a los míos y ante mí mismo, que no quiero perder el tiempo que me queda en abonarme al mal trato, en no luchar para alejar de mí  las múltiples y sibilinas formas bajo las que se esconde, con el disfraz de la lógica. Querer no es ser lógico, es querer ser y hacer feliz a todos y cada una de las partes de tu cuerpo emocional que es tu familia.

Pero todo esto, seguro que mi amigo ya lo piensa, y sin embargo la impotencia y el dolor lo sobrelleva con la melancolía de la frustración. Ojala que esa nuera, que algún día también será madre y abuela, reflexione hacia qué grado de descrédito personal le lleva su mal trato, y piense si realmente merece la pena ahogar los sentimientos y renunciar a las alegrías más próximas y sinceras.

Por cierto, mi amigo se llama Roberto

El Dr. V. Varea, es un reconocido científico y médico de indudable prestigio que dirige un gran equipo de profesionales médicos en uno de los centros de referencia mundial en Catalunya.  Buen amigo y colaborador  de este blog al que da prestigio con su lucidez y profundas aportaciones humanistas que tanto nos hacen reflexionar y tanta emoción nos producen.