Una metáfora, fría, sincera y ¿polémica?

Álvaro, como otros muchos jóvenes de su tiempo, vivía en un pequeño pueblo situado entre montaña y ribera y a muchos kilómetros del mar y de cualquier gran ciudad.

Su ilusión, como la de tantos miles de jóvenes de aquel tiempo y similares lugares, era irse, emigrar a trabajar a una gran ciudad.  Una de esas que “hay de todo” (¿de todo?)

Álvaro,  cumpliendo su primer sueño, emigró finalmente a la gran ciudad (G.C.)  Eran tiempos  de intensa bonanza económica, y pronto, como habían hecho tantos miles de jóvenes “provincianos”, encontró trabajo dentro de aquel hormiguero de posibilidades. Eran jóvenes con escasa formación, Álvaro solo fue a la escuela hasta los once años.  Él se colocó de almacenero, mucho mejor que ser agricultor, otros cambiaron el tractor por la furgoneta de reparto o el taxi, que siempre fue la aspiración de muchos emigrantes.  Otros cambiaron  el cultivo de maíz, alfalfa o remolacha por la cadena de montaje de coches, electrodomésticos, la construcción, etc.

Álvaro,  estuvo durante algunos años seducido por la Gran Ciudad. (G.C.)  pero él tenia  la experiencia de saber observar y pensar.  La vida en el campo, también es una buena Universidad para aprender habilidades que parecieran reservadas a psicólogos o filósofos, y no a agricultores humildes e incluso en excedencia…

Con el paso del tiempo y su capacidad para reflexionar, observó que, tanto él y su familia, como algunos cientos, o miles de familias más, esperaban con ansiada ilusión la llegada del fin de semana.

En principio, pensó que esa ansiedad era causada por el lógico deseo de descansar de la ardua tarea, y además salir de la diaria rutina, porque la G.C. (aunque no lo reconozcan algunos) casi todo es rutina, una inmensa rutina… fácilmente  admisible por cualquier mente abierta, solo hay que subirse a la «azotea» y mirar con los ojos de la razón.

Pero Álvaro, además de observar el fenómeno del “finde”, dándose cuenta que la gran mayoría aprovechaba para salir, o más bien huir  de la G.C. pensó: “Tanta ilusión por venir a la G.C. y una vez aquí, nos hipotecamos por decenas de años en la compra de al menos un piso (más bien reducido) y de un coche, para a la más mínima ocasión, huir con “piernas destempladas” al campo o a la atiborrada playa ¡¡Qué paradoja!! pensó. Inmerso en el análisis de semejante paradoja, muchas veces observando el modelo de viviendas, recordó aquella estrofa de una canción del gran cantautor aragonés Joaquín Carbonell:

“Hacen pisos de colores,
con cajones de cartón,
planifican y especulan
sin licencia de ladrón”

¡Vaya paradoja! pensaba.  Media vida, (o más) ilusionados, trabajando y sacrificándose para vivir en le G.C. y ahora, todos (o casi) esperamos el finde para huir de aquello que tanto habíamos anhelado, total, para regresar a aquellos lugares de los que habíamos emigrado atraídos por los cantos de sirena de la G.C.

Hoy Álvaro, ve la G.C. como un gran Casino, (C.) donde la mayor parte del mismo, está fabricado de “cartón piedra” (salvo algunas honrosas excepciones, claro, tanto de personas como de lugares)   «Pasen señoras y señores, hagan juego y… ¡paguen!»

En la Gran Ciudad Casino (G.C.C.) como en todo casino que se precie, hay una gran parafernalia, música y colores por doquier para  incitar al visitante. Muchas obras de cartón piedra para seducir al bien intencionado pero ignorante visitante.  Lo que no nos dicen es, que en un casino, el jugador, si no se retira a tiempo, siempre acaba perdiendo. (Aunque sarna con gusto…)

Hay en la G.C.C. innumerables y variadas máquinas de juego, desde la ruleta exclusiva para millonarios o mujeres jóvenes y bellas, hasta las máquinas “tragaperras”, aquellas que se tira de una palanca, especial para seres solitarios hombres algo desahuciados de la vida y mujeres “mayores” o con escaso atractivo físico.  Gentes que pertenecen al grupo de los “desafortunados”.  Los y las, que no son bellos y jóvenes, no viven en la indigencia económica, pero si en la afectiva. Fueron jóvenes y algunos y algunas atractivos y con “buena posición”, incluso licenciados, pero no supieron escoger bien las oportunidades que la vida muchas veces les brindó.

La G.C.C. es un ente sin corazón, y no tendrá piedad de estos seres  dignos de la mayor compasión. Y otra paradoja más triste aún es, que muchas personas son adictas a este peculiar “lugar”. Las adicciones, nunca suelen traer buenas consecuencias, pero no seré yo quien intente convencerlas, están en su derecho… yo solo planteo una reflexión.

Muchas de estas personas, acabarán solas, jugando a los “solitarios”, pues cuando no se tiene una buena fortuna (dinero) o se pierde la belleza o la juventud, quien no supo escoger bien su compañero o compañera de viaje, el destino es implacable, y no hay peor destino que la soledad.  En ningún lugar de la tierra la soledad es tan palpable como en la G.C.C.

Gentes que decidieron pasarlo bien hoy, con, y como sea, y en el futuro “Dios dirá”, y créanme, Dios no suele intervenir en estos casos.

Álvaro, que había diagnosticado esta posible situación, fue más hormiga que cigarra, y no solo en el aspecto económico.  Un buen día cogió su mochila con lo necesario “Nunca es poco lo que es suficiente”, eso sí, repleta de ilusión, y regresó de nuevo a los aledaños de “su” campo. De vez en cuando visita la G.C.C.  Cuando regresa a sus lares, suele observar con tristeza la G.C.C. y su gran paradoja, pues no en balde, la G.C.C. es uno de los grandes fracasos de la sociedad moderna.

Una vez más, si eres libre, piensa…