Ni con estos ni con aquellos, con todos consiento y disiento, en todos se ha de ver parte de la verdad y parte del error.
Miguel Servet. Dialogarum Trinitate 1.532

Miguel Servet (1511- 1553) fue quemado vivo en Ginebra, con leña verde, por orden de Calvino. Motivo: Predicar, defender y practicar la libertad de pensamiento.

Cuenta la historia que yendo la comitiva pre-mortuoria hacia la colina de Champel, en Ginebra, donde Servet iba a ser “ajusticiado”, aconteció el siguiente episodio; “Servet viendo a un pobre muchacho descalzo que caminaba junto a él y lo miraba compasiva y amistosamente, se quitó los zapatos y se los dio diciéndole que él ya no los había de necesitarlos más”. “Toma mis zapatos, ya nunca los voy a necesitar”. (Flores rojas para Miguel Servet. p.178 Alfonso Sastre Edit. Argos Vergara)

Se puede pensar que este fue un acto de generosidad de M. Servet, que indudablemente lo fue, pero mi lectura del generoso acto, va un poco más allá. Veamos, cuentan algunos biógrafos, que al margen de las innumerables acusaciones vertidas por Calvino contra él, que para salvarse de la inmisericorde condena, Servet sólo tenía que cambiar una palabra de una determinada frase. Esta era la frase que Servet debía pronunciar y mantener; “Jesucristo hijo eterno de Dios” en vez de “Jesucristo hijo de Dios eterno”. En la que Servet mantenía, que Jesús no podía ser eterno, Dios sí.

Servet era un hombre con ideas muy claras y consecuente con las mismas, algunos, pienso que erróneamente, lo califican simplemente como “tozudez aragonesa”.

Tan claras eran sus ideas, que estaba convencido que no iba a cambiar la famosa frase/lema referida a Jesús, ni renegar de su filosofía o ideas sobre el dogma de la Trinidad, o el bautismo de los niños antes de su mayoría de edad entre otras. Sabía que sus ideas lo condenaban a una segura y espantosa muerte, pero ello no le iba a cambiar la esencia de su pensamiento.

Esta que ha sido relatada, es una pequeña anécdota de una vida singular y extraordinaria, una figura de referencia mundial que tanto se ha intentado ocultar en España, tanto por el franquismo como por la Conferencia Episcopal de turno. Una biografía que merece la pena conocer. Según consta en la Catedral de San Patricio en Nueva York, uno de los doce hombres más sabios que dio la humanidad.

¿Cuántos ejemplos en nuestras clases dirigentes, incluidas las religiosas (no olvidemos que en el caso de dar la vida por algunos causas religiosas, no son los mandamases quienes se inmolan, sino algunos pobres desgraciados que previamente les han “lavado el cerebro) podríamos encontrar con la capacidad, no solo de “predicar con el ejemplo” sino incluso de dar su propia vida defendiendo la libertad de pensamiento y el derecho de todo ser humano a una vida digna?

Hoy la generosidad y solidaridad, solo la encontramos en los hombres y mujeres sabios, y en algunas sentidas personas de una normalmente nombrada “clase humilde/baja”.

Los llamados clase “pudiente”, nunca nos entregarán sus viejas zapatillas, pues ell@s no calzan esos zarrios. En todo caso, estemos avizor, pues capaces son de quitarnos las nuestras, les importa un pimiento si vamos descalzos o no. Ellos difícilmente serán quemados en la hoguera, (siquiera simbólicamente, claro, que por cierto, también lo fue nuestro sabio) para eso están las leyes que les protegen.

A la hoguera de la desesperación, van cada día miles de personas, en este, y otros países después de haber pagado su peaje en la vida, a base de trabajo, esfuerzo y mucho sufrimiento. En esta hoguera con leña verde (léase leyes y mentes de los poderosos) queman a fuego lento, ilusiones, esperanza y esfuerzo, de personas que simplemente intentaron llevar una vida digna, léase educar dignamente a unos hijos, tener una vivienda digna y una vejez, e incluso una muerte, también con la misma dignidad. Dignidad, esa es la demanda que tanto nos niegan.

Yo veo esa hoguera cada día, veo que arrojan retazos de vida de personas más o menos mayores que lo dieron, o lo dan todo, y todo lo van perdiendo. Menos apoyos sociales para estudio, sangrante acceso a la salud o a una vejez digna, desahucios indecentes apoyados por la justicia, etc. Eso sí, cada día más impuestos y “recortes” de derechos (no a los “pudientes”, para eso están las leyes) eso sí, intentan hacerlo con cierta sutileza, utilizan vergonzosos eufemismos con la intención de engañar al personal. Tristemente debo confesar, que muchos, demasiados, caen en la trampa y les siguen… votando. Así no va…

Uno sueña, que los vientos de muerte que en la colina de Champel un 27 de octubre de 1553 esparcieron las cenizas de la sabiduría y la integridad moral, cambie de sentido y haga que aparezca un fuego, esta vez con leña seca, y queme de forma fulminante la iniquidad de toda esta clase de indignos “calvinianos” y desaparezcan para siempre de la faz de la tierra. A veces soñar nos da un respiro…

Mientras sueño en mi Azotea, sigo hablando de Servet, ese ejemplo de hombre sabio, genial e íntegro…

Después del grito desgarrador
presagio de la muerte lenta,
las cenizas de Servet
nunca quedaron quietas,
aquel día soplaba un viento especial
que tras remolinos violentos
logró elevar las cenizas
de aquel que yacía muerto.
Los vientos que desde Champel
elevaron las cenizas de Servet,
siguen con tozudez
intentando diseminar
las semillas de libertad
sembradas por un iluso,
que utilizó su mente,
comprometió su corazón
y practicó la amistad
desafiando a la muerte.
Llevadas por vientos de libertad
sus cenizas recorren las tierras
con la esperanza final,
que los que recogieron el testigo
de aquel humanista genial
lo propaguen por la tierra
sin temor a morir quemados
por la estúpida sociedad.

* Parte de un poema de mi próximo libro “Poemas y Contradicciones de un Transeúnte Viajero”

** Recomiendo visitar la web: www.miguelservet.org