“Me preocupo, luego existo”

Son los signos de los tiempos, y más concretamente de “estos tiempos”. Difícilmente nos podemos imaginar a una persona “normal”, sin preocupación alguna. ¿Pero que se ha creído? ¡Eso es imposible! Será bueno o malo, pero parece ser, que no es posible que vivamos sin ellas.

Las preocupaciones lo inundan todo, es como el aire que respiramos. La preocupación es algo “inevitable”, es como nuestro “oxigeno mental”. Tener preocupaciones significa que estamos vivos, que “hacemos cosas” y la consecuencia normal es ¡tener preocupaciones!

Si aceptamos esta situación de inmersión inevitable en el caudal de las preocupaciones como elemento integrante de nuestra vida, podríamos tomar como cierta la máxima de:

Me preocupo, luego existo

Pero veamos que hay de cierto en todo este tipo de ideas preconcebidas y de teorías, que haberlas “haylas”.

A través de la teoría del Análisis Transaccional, (sin duda la herramienta más genial de la psicología moderna) descubrimos que la personalidad de cualquier ser humano, se puede dividir en tres partes claramente diferenciadas. La parte de nuestra personalidad que contiene la información que desde nuestro nacimiento nos ha facilitado el entorno; padres, educadores, etc. y que serian los valores, cultura, tradición, lo que está bien o mal, etc. la llamamos Padre. A la parte racional, la zona pensante de nuestro cerebro la llamamos Adulto y a todo el contenido emocional, bueno o malo, Niño. Esto es el P.A.N. o estructura completa de la personalidad. Todos tenemos en mayor o menor medida de cada una de estas tres partes. (ver “Las Claves del Comportamiento Humano” Amat Editorial)

En primer lugar, utilizaremos el Adulto para recopilar información en torno a las preocupaciones, que como podemos suponer, se inscriben en la parte emocional, ya que una preocupación es un “sentimiento” y como tal, está ubicada en la parte Niño de nuestra personalidad.

Primera cuestión ¿es cierto que es imposible vivir sin preocupaciones? Bien, empecemos la casa por los cimientos. ¿Qué es una preocupación? La preocupación la podemos inscribir como un “sucedáneo” del miedo. El miedo es una emoción “natural”. Le llamamos natural porque la compartimos con todo el resto de animales, y además, cumplió con una función importantísima en el proceso de la evolución de las especies animales, entre las cuales nos encontramos los humanos. Va incluida dentro de nuestra herencia genética.

Si no hubiese existido el miedo, los primitivos animales precursores de las especies que nos han conducido hasta la situación actual, se habrían enfrentado a todos los peligros que se les hubiesen “puesto delante”. El miedo ha hecho que en ciertas situaciones optásemos por huir antes de enfrentarnos a una situación donde podíamos ser destruidos. El miedo ante una situación “real” de peligro, genera básicamente tres reacciones:

  • a) Huida, con lo cual nos salvamos (al menos de momento)
  • b) Ataque, con lo que existen dos posibilidades, destruir al enemigo o que él nos destruya.
  • c) Paralización, puede suponer facilitar nuestra destrucción o nuestra salvación dependiendo de la situación.

En nuestros tiempos, el miedo cumple la misma función en todos los órdenes de la vida. Por lo tanto, podemos afirmar que el miedo es necesario e imprescindible.

¿Qué diferencia existe con respecto al miedo? La emoción “miedo” la entendemos cuando ésta se siente ante un peligro “real”, ejemplo: estoy en una habitación cerrada con un perro rabioso dentro. Lo lógico es que sienta miedo. Ejemplo de preocupación: me han comentado que mi amiga María vendrá a verme con su perro, solo falta que sea peligroso. El sentimiento en este caso, ya no sería miedo, sino que seria una preocupación. De ahí la palabra pre-ocupación.

La preocupación es la generación de un sentimiento de miedo antes de tener información precisa de la situación.

En nuestra sociedad, y en este tiempo de crisis profunda, el miedo y la preocupación lo inunda todo, eso es cierto y comprensible. La situación económico-social del país, es crítica, tanto, que incluso en los casos de situaciones positivas se genera de forma espontánea la preocupación. (“cuando las barbas de tú vecino…”)

Hace unos días en un programa de radio que tratábamos de las emociones, y relacionado con el miedo, hicieron una pequeña entrevista a pie de calle a un joven emigrante, éste decía que tenía miedo, ya que estaba “sin papeles y sin un trabajo estable”. Pues bien, cuando este joven tenga papeles y un trabajo estable, Dificil, pero posible) tendrá miedo de perder ese trabajo que tanto le costó conseguir, y si no, estará preocupado porque un día su jefe le miró mal. Y si todo va bien, (ojalá) se comprará un coche o un piso y estará preocupado porque tiene que pagar una hipoteca, y si tiene un hijo estará preocupado durante el embarazo y después porque el niño no duerme o no come, etc. etc.

Siempre preocupados, ¡es nuestro sino! Entonces ¿qué hacer? El origen de la preocupación suele ser un problema, real, o imaginario. Si la preocupación persiste en el tiempo, suele convertirse en dolorosa y “castigadora”, genera estrés y ansiedad, otro de los grandes problemas de nuestra sociedad. La ansiedad es una situación de “espera”, de incertidumbre, y el cerebro tolera muy mal la incertidumbre, y eso hace que nos sintamos mal. Si ésta persiste, podemos sufrir situaciones de angustia, donde el organismo está sometido a una gran presión castigando el hígado, riñón, corazón y sobretodo el sistema inmunológico. Por lo tanto, lo primero es ir al origen de todo esto. ¿Y donde está el origen? El origen está en los problemas. Y no solemos tener una filosofía correcta de los problemas. Por lo tanto, el primer paso para evitar situaciones que desemboquen en peligrosas angustias, está en tratar la “fuente”, que como decía está en los problemas.

Continua el tema en un siguiente capítulo con propuestas concretas.