La verdad constituye uno de los instrumentos más poderosos para aquellos que carecen (o carecemos) de poder. Pero ¿Qué es la verdad? ¿Dónde está? ¿Dónde está la realidad de las cosas? Los más sobresalientes sabios, ya nos han dicho por activa y pasiva que “la realidad no existe como tal”.

Después de mi trilogía sobre la ignorancia (I, II y III), mi (imagino) inquieto espíritu, siguió llamando a mi Azotea, indicándome que era posible que esto de la ignorancia, se había quedado algo “corto”. No dejándome guiar por la emoción del momento, me puse a pensar, y sobre todo a practicar una de mis aficiones; hacerme preguntas.

Hallábame en estas cuitas reflexivas, cuando caí en la cuenta (a veces la memoria aún funciona) del comentario de un renombrado científico, comentaba que los científicos, a diferencia de la mayoría de personas, cuando se reúnen, no suelen hablar de lo que saben, de sus logros, etc. suelen hablar de lo que no saben. Así es, en cierta ocasión que tuve el privilegio de compartir un agradable y extenso almuerzo con un grupo de científicos, dedicaron más del ochenta por ciento de su tiempo a hacerse y hacerme preguntas. Ellos, eran básicamente científicos de primera línea, gestionando importantes equipos de talla internacional de expertos básicamente en el campo de la genómica, estaban muy interesados en saber que hacíamos los psicólogos con sus  descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro humano. Me llamó mucho la atención del interés de estos grandes científicos por saber por boca de este humilde estudioso, lo que hacíamos los psicólogos (no todos proclamo) con sus estudios y descubrimientos. Para mí, que ya llevaba un tiempo aprovechándome de sus estudios para poder constatar de forma científica algunas de las cuestiones relacionadas con el comportamiento humano, no me resultó excesivamente complicado indicar el “uso” y agradecer sus grandes aportaciones al mundo de la psicología.

No voy a tratar en este artículo, todo lo que dio de sí aquella conversación, me ceñiré a mi implacable idea de seguir planteando preguntas, y a la vez, de forma osada ofrecer alguna idea sobre algunas posibles respuestas.

Para poner la “guinda” a mi trilogía sobre la ignorancia, planteo las ignorancias que sobrevuelan nuestro propio “yo”. Una vez más, me acogeré a una de las geniales “herramientas” que aporta el Análisis Transaccional (A.T.), el “Guión de vida”. Eric Berne (creador del A.T.) remplazó la palabra destino por la noción científica de “Guión de Vida” y la definió como: “El programa en marcha desarrollado en la primera infancia bajo influencia parental, que dirige la conducta del individuo en los aspecto más importantes de su vida” El Guión de Vida explica el contenido de nuestra personalidad (hoy la neurociencia avala de forma rotunda esta teoría) Aporta claves para responder a las preguntas esenciales de la existencia: ¿Quién soy? ¿Qué hago en este mundo? ¿Quiénes son y cómo son los que me rodean? ¿Cómo soy Yo? Y añado: ¿Qué podemos hacer para el logro de una vida más feliz?

Son éstas, preguntas de no fácil respuesta incluso para muchos profesionales de la psiquis. Esta falta de certeras respuestas, porque hay que ver las excentricidades que uno oye sobre estas cuestiones, son las que consagran a una sociedad a vivir en un mar pleno de dudas y con un inmenso “vacío existencial”.

Una gran pregunta: ¿Qué sé yo de mí? Una pregunta a la que sin duda se le teme, y se le teme, y no nos la planteamos, porque tememos la respuesta, el miedo de nuevo al “rescate”. Hoy la sociedad, en general, desprecia olímpicamente la filosofía, que entre otros artes, desarrolla el de hacerse preguntas. Hoy para salir del limbo de nuestra debilidad psicológica, adoptamos la estrategia de buscar las debilidades de los “otros”. Así como expondría el gran profesional y buen amigo Matti Hemmi: “Mantenerse en la zona cómoda”

Como indiqué en otro de mis artículos sobre la ignorancia, el mayor “pecado” (espero se comprenda la expresión) es “ignorar nuestra propia ignorancia”, sobre nosotros mismos y sobre nuestro “Yo”, pasando de puntillas sobre este vital “asunto” y como tantas veces comenté, demostrando nuestra fortaleza “siendo” o “teniendo” más que X, en vez de hacer como los científicos y preguntarnos constantemente sobre lo que ignoramos, en este caso, sobre nosotros mismos.

Tarea difícil esta de reflexionar sobre nuestro comportamientos y lugar que ocupamos en el mundo. Ya sé, hoy la sociedad (para regocijo de los poderosos) nos permite “hacer”, pero no “pensar”, hoy se valora más la forma de vestir y nuestro modelo de iPad que la de pensar. La uniformidad de pensamiento, estructurada en grupos de seguidores políticos, deportivos, etc. produce escalofríos al comprobar cómo se adormece la capacidad de autocrítica, que no olvidemos, es uno de los imprescindibles caminos para el logro del éxito (me refiero al éxito de “ser”, más que al de “tener”)

Ser capaz de pensar libremente, impone al ser humano una carga importante, que en la mayoría de ocasiones no está dispuesto a afrontar.

Predicar y ejercer la libertad de pensamiento llevó a un hombre genial a la hoguera. No creo estemos en estos tiempos, en las circunstancias que llevaron a Miguel Servet, ese genial aragonés y paisano de Villanueva de Sigena, a ser quemado a fuego lento en las colinas de Champel (Ginebra) Hoy se consume nuestra sociedad con el fuego lento del miedo y el fácil seguidismo, la desesperanza y la rendición ante los cantos de sirena de los más poderosos.

Pero no quiero acabar mi “guinda” de forma negativa, lo hago con un canto a la esperanza, con un fragmento de una poesía que he dedicado (espero vea la luz en un nuevo libro de poemas que espero editar en breve, si alguna editorial se atreve) a mi paisano Miguel Servet, otro sabio que murió haciéndose una pregunta ¿Por qué…?

Miguel Servet: Las cenizas de la revolución humanista

La colina de Champel
es testigo de aquel inhumano martirio,
donde los más bajos instintos
llevan a un hombre cruel
a practicar su delirio
que se llama Juan Calvino.

Después del grito desgarrador
presagio de la muerte lenta,
las cenizas de Servet
nunca quedaron quietas,
aquel día soplaba un viento especial
que tras remolinos violentos
logró elevar las cenizas
de aquel que yacía muerto.

¿De qué sirvió aquella muerte?
¿Para qué aquel gran tormento?
Las cenizas de Servet siguen volando
intentando abrir las mentes,
de los sabios y profanos
de santos y de herejes.

Los vientos que desde Champel
elevaron las cenizas de Servet,
siguen con tozudez
intentando diseminar
las semillas de libertad
sembradas por un iluso,
que utilizó su mente,
comprometió su corazón
y practicó la amistad
desafiando a la muerte.

Pocas luces en las mentes
de aquellos que lo mandaron quemar,
pocas luces en las mentes
de los que hoy nos quieren acallar
con miserias más modernas
pero con el mismo fuego lento
de las promesas de una falsa libertad.

Llevadas por vientos de libertad
las cenizas recorren las tierras
con la esperanza final,
que los que recogieron el testigo
de aquel humanista genial
lo propaguen por la tierra
sin temor a morir quemados
por la estúpida sociedad,
cargada de mentes plagadas
de ambición e iniquidad.

Matar un hombre no es defender una idea; es matar un hombre” (S. Castellion)
[ver artículo Hay muchas cosas y formas de matar]

Y yo te pregunto: ¿Acaso llegaron aquellas cenizas de Champel a tú Azotea? Te animo a que estés con las ventanas de tú Azotea (mente) abiertas de par en par. Los vientos que salieron de Champel nunca dejaron de soplar… y quien sabe…

Para saber más sobre el Guión de vida y al A.T. en general, te recomiendo Las Claves del Comportamiento Humano (Amat Editorial)